Las terapias con células de donante son una forma de medicina regenerativa que consiste en trasplantar células madre de un donante distinto al paciente (trasplante alogénico) para tratar enfermedades hematológicas como leucemias, linfomas o mielomas. Sin embargo, estas terapias tienen un riesgo importante: la enfermedad de injerto contra huésped.
Esta enfermedad se produce cuando las células trasplantadas no reconocen al paciente como propio y lo atacan, causando inflamación y daño en diversos órganos y tejidos. La enfermedad de injerto contra huésped puede manifestarse desde los primeros meses hasta años después del trasplante, y puede afectar a la piel, el hígado, la boca, los ojos, el tracto gastrointestinal, el pulmón o el sistema nervioso.
Esta es una de las principales causas de morbilidad y mortalidad en los pacientes trasplantados, y puede disminuir su calidad de vida y su supervivencia. La incidencia de la enfermedad de injerto contra huésped varía según el tipo de trasplante, el grado de compatibilidad entre el donante y el receptor, el uso de profilaxis inmunosupresora y otros factores.
Se estima que entre el 30 y el 70% de los adultos y entre el 10 y el 30% de los niños que reciben un trasplante alogénico desarrollan enfermedad de injerto contra huésped. El tratamiento de la enfermedad se basa en el uso de fármacos inmunosupresores, que tienen el objetivo de reducir la actividad de las células trasplantadas contra el paciente.
Sin embargo, estos fármacos pueden tener efectos secundarios como infecciones, toxicidad o recaída de la enfermedad de base. Por ello, se están investigando nuevas estrategias terapéuticas que puedan prevenir o curar la enfermedad de injerto contra huésped, como el uso de células reguladoras, anticuerpos monoclonales o terapia génica.
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